lunes, 12 de marzo de 2007

Literatura: Los Paseos de Robert Walser I

Podríamos hablar sobre el ruido que produce el cuerpo de un anciano muerto al caer sobre la nieve.
Podríamos hablar sobre el ruido que produce la nieve al caer sobre el cuerpo de un anciano muerto.
Podría escribirse sobre el ruido que producen todos los sueños amontonados, sumados a sus estridentes silencios dentro de un aterrador laberinto de casi treinta años acumulando paseos, al caer sobre el escenario de esos paseos.

El hombre de la imagen se llama Robert Walser (1878 - 1956), y decimos se llama, en presente, aunque se vea claramente que la imagen es la de un muerto. Pero es que ese hombre era escritor y su obra sigue viva.
No es una imagen de espanto; difícilmente podría quitarle el sueño a alguien impresionable o sensiblero.

Quizá alguna de las personas que una mañana soleada de las navidades de 1956 recogieron su cuerpo de la nieve, a no mucha distancia del manicomio de Herisau (Appenzell), donde Walser llevaba varias décadas encerrado voluntariamente, tuvieran algo interesante que contar.
Quizá el fotógrafo que tomó esta imagen tuviera algo interesante que contar.

Pero preferimos que la obra de Robert Walser hable por si misma:

Robert Walser, the walker. (Imagen Paco Rossique).

"A veces me comporto de manera algo frívola, como ayer, cuando me presenté en la imponente mansión de una gran dama. La casa merece el título de hotel. Pregunté por la señora y, cuando la tuve enfrente, le pedí un mendrugo de pan. Estaba hambriento".

"Pero ¿acaso es sensato expresarse con claridad? ¡Oh, cómo me tortura el sol en su cénit! Ella lleva ahora un sombrero de paja y camina algo inclinada, con paso indeciso. La gente insegura puede desconcertar a la gente segura. Es decir, la gente segura convierte en segura a la gente insegura. ¿Tiene de veras el arte la misión de hacer flaquear con las flaquezas? ¡San Sebastián!".

"Al suave viento del Este, colgado de la robusta rama de un roble, un gran duque que se había ahorcado agitaba los pies luchando por abandonar el reino de la absoluta certidumbre. Los idealistas descansaban tiesos en sus tumbas, implacable realidad. Qué cruel y afilada es mi pluma".

"La luna desde afuera nos contempla, y me ve a mí, pobre empleado, languidecer bajo la mirada severa de mi jefe. Confundido, me rasco el cuello. En toda mi vida no he conocido un sol duradero. La falta es mi destino: rascarme el cuello bajo la mirada de mi jefe. La luna es la herida de la noche, gotas de sangre son las estrellas. La felicidad me queda muy lejos, por eso mi índole es modesta. La luna es la herida de la noche."

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