martes, 13 de marzo de 2007

Literatura: Los Paseos de Robert Walser II

Ayer comenzamos por el final. Impresionados por la imagen de Robert Walser muerto, tendido sobre la nieve.

Pero el tema daba para más. La vida de Robert Walser es una de las más curiosas de la literatura europea del siglo XX.

Admirado por Canetti, Kafka (que lo tenía como escritor preferido) o Peter Handke, empleó los pocos años en que tenía consciencia para escribir, antes de sucumbir a una extraña enfermedad nerviosa degenerativa, al parecer hereditaria.

Entre 1904 y 1925 fue deshojando esquisitas miniaturas acerca de lo cotidiano. Acostumbrado a mirar las cosas de paso, a percibir el instante, el lugar y el espacio, sus incesantes paseos se cuentan entre las páginas más representativas de su obra.

En esta entrada de hoy traemos un pequeño texto, inédito hasta ese momento, que nos encontramos en la extinta revista"El Paseante" de 1988.


PEQUEÑO PASEO

He caminado hoy por las montanas. Hacia un tiempo húmedo y toda la región estaba gris. Pero el camino era suave y, a trechos, muy limpio. Al principio llevaba ml abrigo puesto, pero pronto me lo quité, lo doblé y me lo colgué del brazo. Andar por aquel maravilloso camino me producía cada vez más placer; tan pronto echaba cuesta arriba como volvía a bajar bruscamente. Las montañas eran enormes y parecían girar sobre si mismas. Todo aquel mundo montañoso se me antojaba un gigantesco teatro. El camino se iba amoldando espléndidamente a las laderas. De pronto bajé a un profundo desfiladero, a mis pies murmuraba un río, un tren pasó volando a mi lado, entre una magnífica nube de humo blanco. Como una corriente lisa y blanca avanzaba el camino por la garganta, y al caminar crecía en mi la impresión de que el angosto valle serpenteaba y se enroscaba en tomo a si mismo. Nubes grises se habían posado sobre las montañas, como si fuera aquel su lugar de reposo. Me crucé con un joven excursionista que llevaba una mochila a la espalda y me preguntó si había visto a otros dos muchachos. No, le dije. Oue si venía de muy lejos. Sí, dije, y seguí mi camino. Al poco rato ví y oí pasar a los dos jóvenes excursionistas, que iban con música. Una aldea se veía particularmente hermosa con sus casitas bajas justo al pie de las blancas paredes de roca. Me crucé con unos cuantos carruajes, nada más, y en el camino comarcal vi algunos niños. No hace falta ver nada extraordinario. Ya es mucho lo que se ve.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustaría preguntarnos... ¿Cuántos de nosotros vemos realmente lo que está delante de nuestras narices cuando paseamos?
¿Cuántos de nosotros paseamos?