No recuerdo a su autor, pero he encontrado copiada en un viejo cuaderno de mi estante del fondo una historia que relataba la lucidez de Abderramán III, Califa Omeya que edificó Medina Azahara, al redactar su testamento con amoroso cuidado.
Al comienzo se definió a si mismo con pomposas frases. "Fuí rey durante cincuenta años de la ciudad más hermosa del mundo, y, por si algún esplendor le faltaba, junto a ella construí otra aún más hermosa: La fulgurante joya de Medina Azahara. Amé a la mujer más bella del mundo y ella me amó. A mi corte se acogieron los filósofos más profundos, los poetas más sutiles, los más alados músicos..." y así continuaba entre vanaglorias e hiperboles como si hubiese creado un cielo y residido en él, hasta concluir su personal definición con una escueta frase: "...Y fuí feliz catorce días..."
Asombrado él mismo de esta arrogancia añadió una última frase: "...no seguidos..."
1 comentario:
¿Cuántos podríamos decir lo mismo?
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