sábado, 18 de mayo de 2013

John Cage


Para John Cage las tres grandes religiones monoteístas, es decir, la judía, cristiana y musulmana, con sus respectivos dioses que lo ven todo y lo vigilan, acentúan la necesidad de ejercer un poder sobre el hombre y la naturaleza. 
La vacuidad budista en cambio, que no se debe confundir con el vacío occidental (la nada), representa el abandono de cualquier posesión, ya sea material o espiritual.
Aplicado a la música, esto equivale a despersonalizar los procesos de composición. Y esta despersonalización fue precisamente la que caracterizó a la escuela norteamericana encabezada por John Cage, cuyo objetivo fue el de liberar la música del gusto individual y del afán por obtener un control sobre la materia compositiva. Obras como su Suite for Toy Piano de 1948 y aún mucho más Child of Tree de 1975 provocaron rechazo sobre todo en Europa. Pero al margen del escándalo, Cage y compañía no hicieron más que poner el dedo en la llaga. Si a inicios de la década de los años cincuenta la vanguardia musical europea ya había llegado al punto de reconocer que a lo sumo era capaz de crear estructuras, pero difícilmente prototipos formales nuevos, para los compositores americanos, que mantenían estrechos lazos con los pintores del expresionismo abstracto como por ejemplo con Jackson Pollock, del que se sabe que lanzaba el pincel sobre sus lienzos produciendo texturas por goteo, el problema de la forma no existió como tal: ¿qué había de malo en emplear un piano de juguete o en “tocar” sobre las espinas amplificadas de un cactus? Al fin y al cabo se trataba de despersonalizar el arte y una obra compuesta para piano de juguete acabaría de una tacada con cualquier academicismo, por no hablar de la improvisación con plantas o semillas, pues “ésta ni se puede orientar por el gusto ni la memoria, ya que el intérprete no está acostumbrado a tocar sobre tales ‘instrumentos’ (John Cage, 1982)”.
Pero antes de introducir la aleatoriedad en su obra lanzando monedas, dados o consultando el oráculo chino I Ching, el opus pianístico de Cage ya había ejercido una notable influencia sobre la música del siglo XX. En 1938 inventa el piano preparado al introducir objetos de madera, fieltro, metal, plástico o goma entre las cuerdas. De este modo, el instrumento obtiene un carácter percusivo capaz de producir una gama de sonoridades mucho más amplia que la de un piano normal: “el resultado se asemeja a un conjunto de percusiones controlados por un único intérprete” (una solución práctica y mucho más barata para acompañar a Merce Cunningham y su compañía de baile en sus giras). Cage escribió varias piezas para piano preparado en la década de los cuarenta, intercaladas por otras para piano sin preparar como In a Landscape, dedicada a la bailarina Louise Lippold, esposa del famoso escultor. Entre todas destacan sus Sonatas and Interludes para piano preparado, concluidas poco después de conocer de cerca la filosofía hindú y al especialista anglo-indio en arte oriental Ananda K. Coomaraswamy. Reconocida como una de sus obras clave del período en cuestión, ésta consta de diez y seis sonatas y cuatro interludios a los que subyace la idea de plasmar los ocho estados emocionales fundamentales de la tradición rasa (“esencia” en sánscrito).

Texto de Ismael G. Cabral

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