miércoles, 3 de agosto de 2011

La Casa de la Mirada, Cuerdas i



Eliot Weinberger. Algo Elemental.

19 La música del desierto: sur

Los quipus eran una de las formas de escritura andina. Consistían en una serie de cuerdas que o bien estaban suspendidas de un trozo de madera, o bien se desprendían de un tirabuzón de soga más gruesa. Dichas cuerdas multicolores se entrelazaban de incontables maneras, y cada una se marcaba a todo lo largo con  diversos nudos. Todo esto se podía leer. Los quipus no solo se empleaban para registrar inventarios, cuentas y censos, sino que constituían un sistema integral de escritura, un almacén de canciones y de historias. Uno de los primeros españoles que estuvo en el Perú comentó: «Si no lo veo, no habría creído que a través del significado de las cuerdas y los nudos pudiesen configurar leyes y estatutos». (En un comentario muy antiguo al I Ching, hay una línea curiosa: «En tiempos primitivos, la gente anudaba cordones para gobernar». Y en una tumba china del siglo II hay un relieve del dios ancestral Fu-hsi y de su consorte y hermana Nu-kua llevando una escuadra de carpintero y un quipu personificado. En la inscripción se lee: «Fu-hsi, con el cuerpo de dragón, fue el primero en establecer el poder real, trazó los ocho trigramas e ideó los cordones anudados para gobernar entre los cuatro mares». No se han descubierto quipus chinos antiguos, pero hasta hace poco la tribu Miao, al suroeste del país, empleaba una versión rudimentaria).
Cada provincia tenía su propio sistema, pero el jesuita mestizo del siglo XVI, Blas Valera afirmo que, en esencia, había dos clases de quipus: los de contabilidad (todavía utilizados por algunos ancianos en los Andes) y el “quipu real”, conocido tan solo por los historiadores de la corte. El sistema era silábico, con nudos que representaban cuarenta palabras maestras, divididas en cuatro grupos: 1) objetos celestiales o acontecimientos, 2) figuras humanas, 3) cuadrúpedos y 4) objetos de diverso tipo. Un quipu también podía traducirse a un sistema de piedras de colores sobre una cuadricula rectangular. Cuando el rey inca Atahualpa de Quito derroto a su hermano Huascar de Cuzco en la guerra civil librada justo antes de la conquista española, borro la historia reuniendo a todos los tejedores de quipus de Huascar y obligándolos a comer chile hasta que murieran.
Los primeros sacerdotes católicos tradujeron las oraciones a quipus y alentaron a los fieles a que mantuvieran registros quipus de sus pecados para las confesiones, pero los quipus fueron pronto condenados por la Inquisición como obra del demonio. Casi cien años después de la conquista, un cronista escribía: «En el valle de Xauxa me encontré en el camino con un viejo indio que trataba de ocultar un gran fardo de quipus. Se le dio el alto y entonces explicó que esos quipus eran los informes que debía darle al rey inca, cuando este volviera del otro mundo, de todo lo que en su ausencia había ocurrido en el valle. El corregidor (administrador civil) con quien yo viajaba los cogió, los quemó y castigó al indio».
La palabra quechua que da nombre a la lengua de los Andes proviene de q'eswa, que significa «cuerda». Los andinos fueron, con toda probabilidad, los tejedores más avanzados que hayan existido jamás: hay determinadas técnicas empleadas en la confección de telas antiguas que nadie ha conseguido reproducir. El imperio inca estaba unido por una intrincada serie de anudados puentes colgantes que atravesaban desfiladeros y abismos. En su ceremonia más sagrada, hombres y mujeres ataviados con plumas blancas se alineaban a cada uno de los lados de un cable muy largo, tejido con cuatro colores -negro, blanco, rojo y amarillo- y en cuyo extremo había una gran bola de lana roja. Con el cable a cuestas entraban en la plaza de la ciudad, donde se habían colocado imágenes de los dioses, y después andaban o danzaban en círculos basta crear una enorme espiral que depositaban en el suelo. Durante siglos, para capturar a las vicuñas salvajes clavaban unas estacas en la llanura, ataban un hilo alrededor de ellas y, a intervalos, colgaban borlas de lana roja, dejando un espacio para que los animales entraran. Las vicuñas pasaban al interior y, siendo tan tímidas, no se atrevían a romper el hilo.

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